El otro día, ojeando las portadas de algunas de las revistas expuestas en un kiosco, me llamó bastante la atención una en especial, que decía así: “¿Estás reparado? La ciencia planea usar células madre para aumentar pecho, corregir arrugas, regenerar órganos…”. En dicha portada aparecía, además, la foto de una chica joven con la cara en blanco y negro, queriendo imitar la textura de una escultura. En realidad, una vez abres la revista y vas al apartado correspondiente a dicho titular en portada, ves que tan sólo se habla de aumentos de pecho en una sexta parte del reportaje y que, la corrección de arrugas, ni siquiera la nombran.
Esto me tranquilizó e inquietó a la vez, pues significaba que, aunque los periodistas a cargo del reportaje se daban cuenta de que el núcleo central del mismo no podían ser ni el aumento de pecho ni el rejuvenecimiento facial, sí que consideraban que ello pudiera ser el gancho más goloso para los transeúntes.
¿Acaso es que estamos en una búsqueda constante del cuerpo pluscuamperfecto? Hacer ejercicio, dietas nada recomendables,… ¿todo vale cuando se trata de conseguir una apariencia cuasi “divina”?
Estoy de acuerdo en que es favorable tener un físico agradable a la vista, pues nos aporta seguridad en nosotros mismos, además de ayudarnos en las relaciones interpersonales con otros individuos; pero no comparto en absoluto el que nuestra agenda deba girar en torno a ello, que nuestro día entero y nuestras costumbres se vean modificadas radicalmente por ello. Eso ya me parece abusivo.
Nuestra apariencia externa ha de importarnos en gran medida, si, pues es la primera herramienta de la que se sirve el ser humano para juzgar al otro, y eso asusta: queremos ser siempre juzgados para bien, y no al contrario. Pero debemos recordar, que también existen otras herramientas mucho menos caducas y más significativas, como la actitud o la comunicación no-verbal, que dejar más huella.
Joseph Leonard, Premio Nobel de Medicina, decía que “el ser humano pasa la primera mitad de su vida sometiendo al cuerpo a todo tipo de excesos, y el resto tratando de recomponerlos”.
La relación existente entre el físico y la moda es indiscutible. Esta se sirve del primero como el pintor se sirve del lienzo. El cuerpo y su apariencia son fácilmente moldeables en cortos períodos de tiempo, algo estrictamente necesario para ese fin, dado el carácter pasajero de las modas.
A lo largo de la historia, hemos podido observar cómo la figura humana ha sufrido numerosos cambios:
Hace más de 2000 años, en la Grecia clásica, el físico de los hombres era musculado y definido, pero sin llegar a ser como los culturistas actuales; mientras que las mujeres eran mucho más delicadas y finas, con un poco más de grasa, y con unas atractivas y femeninas curvas.
Durante la Edad Media sin embargo, el modelo de cuerpo que imperaba era un cuerpo redondo y fuerte, grande, ya que era signo de riquezas y de poderse llevar algo a la boca todos los días repetidas veces.
En los siglos posteriores, la figura se fue estilizando en gran medida, pero sin llegar a la delgadez extrema, que era signo de enfermedad y paludismo. Así, vemos cómo a mediados del siglo XX, Marilyn Monroe se impone como representante de la sensualidad femenina.
En la actualidad, la delgadez extrema sube de nivel hasta colocarse en lo más alto, convirtiéndose en un modelo de belleza utópico y peligroso para la salud. Esto se observa sobre todo en lo que a mujeres se re refiere, pues los hombres, si bien buscan ser delgados, no llegan a querer parecer sílfides.
Modas hay muchas, pero identidad sólo una. Las personas deben revalorizarse y tener en cuenta que antes de formar parte de alguna tendencia, deben ver por su salud y por ellos mismos. Es cierto que vestirse y verse de cierta manera causa placer, pero hay que saber hasta dónde se puede llegar sin dañar lo que existe en el interior de cada uno, que es bastante mas importante. ¡Creo yo!
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